Crónica de una gran aventura (Por el profesor Óscar Cortina)

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Los alumnos de 1º de la ESO acompañados de sus profesores

Cuando salimos el jueves de Benidorm a las 9:00, sabíamos que íbamos a ir a un centro de Multiaventura, pero lo que no conocíamos todavía es que íbamos a vivir UNA GRAN AVENTURA. Los alumnos de 1º A y B de la ESO, junto a los profesores Andrés Antón y Óscar Cortina (aquí un servidor) nos embarcamos camino del Centro de Vacaciones del Albergue de Benagéber, para pasar tres días y dos noches practicando todo tipo de deportes de montaña. Tras un viaje amenizado con canciones populares (hay cosas que no cambian) y la sintonía inicial de “Bob Esponja”, llegamos poco antes de las 13:00 a nuestro destino.

Nos recibieron los tres monitores que compartirían el tiempo con nosotros: Iván, Esther y Victoria (a la que todos llamábamos “Vico”). Tras la presentación inicial, nos fuimos directos al comedor. He de decir que la comida estaba sorprendentemente buena, para un lugar que debe cocinar para tanta gente. Pasta, arroces, carnes, ensaladas… Todo elaborado con cariño y buena mano casera.

Tras un breve reposo, nos dirigimos a la primera y más larga de las actividades: el senderismo. Recorrimos todos los alrededores del embalse de Benagéber, que luce unas preciosas vistas naturales, y mientras caminábamos, se iban produciendo las pertinentes explicaciones de los monitores. Un reducido grupo de alumnas se aventuraron a batir el record de la archiconocida canción del elefante que se balancea sobre la tela de una araña. Prometo que pulverizaron toda marca anterior, estableciendo una nueva de 333 elefantes (tras esto, se les prohibió volver a nombrar cualquier clase de paquidermo en lo que quedaba de viaje).

Después de 3 horas de caminata, tocaba hora de duchas, reparto de habitaciones y tiempo libre. Aquí se hizo notar la sobreexcitación inicial de los chavales, y pese a la fatiga vespertina, ni uno solo pegó ojo en la hora y media de asueto. Uno de los aspectos positivos es que sin wifi ni apenas cobertura, los alumnos dejaron los móviles y consolas portátiles, para disfrutar plenamente de la naturaleza. Sin embargo eso también dificultó la comunicación con casa, y los profesores poco a poco fuimos informando a los padres de las andanzas de sus incomunicados retoños.

Tras la copiosa cena, tocaba hora de juegos. Los chicos se dividieron en tres grupos, teniendo que pillarse entre sí, con el añadido de poder esconderse por todo el recinto, y la dificultad de hacerlo con poca luz. Después de hora y media de carreras incesantes, llegó el turno de dormir… Bueno, al menos de irse a la cama, pues la nombrada sobreexcitación dificultó la llegada a los brazos de Morfeo. Y entre risas, comentarios y guerras de almohadas, poco a poco fueron cayendo todos.

El viernes tocaba el día más completo. Por la mañana comenzamos con carrera de orientación, en la que cada uno de los 4 grupos que se crearon debían encontrar unas señales por el campo con la ayuda de un mapa. Con el calor matutino (unos agradables 25 grados, sin rastro de nubes) se agradeció que la siguiente actividad fuera el Kayak. Repartidos por parejas, comenzaron las carreras, guerras de agua, persecuciones… Más de una hora chapoteando en el embalse, y del que nadie salió seco, pese a no salir de las piraguas.

Ya por la tarde, nos dividimos entre los Kangoo jumps (unas plataformas saltarinas con las que estuvimos jugando por todo el recinto) y el Pi a pi,  donde había que pasar una serie de pasarelas entre las elevadas copas de los árboles. En suma, un día intenso, divertido y agotador (al menos para los profesores, pues parecía que las pilas de los estudiantes eran inagotables). Tras la cena se cerró la noche con la discoteca, donde los más marchosos se hicieron notar. No diré que los profesores bailáramos bien, (sería faltar claramente a la verdad) pero junto a los monitores, pusimos todo de nuestra parte para seguir algunas coreografías reguetoneros.

Aunque algunos habían jurado que no dormirían en toda la noche, al poco de tocar la cama (y enfundarse en sus sacos de dormir) no tardaron mucho en caer a plomo. ¡Por fin habíamos descubierto hasta donde llegaban sus reservas energéticas!

La mañana del sábado la aprovechamos para con el Rappel… ¡¡descender una pared de 22 metros!! Muchos se negaron a hacerlo de inicio, pero cuando veían que los primeros valientes sobrevivían a la experiencia, se fueron animando, e incluso repitiendo en los casos más intrépidos. A continuación llegó la tirolina, actividad perfecta para terminar de forma amena las aventuras deportivas.

Ya con el estómago lleno, y el autobús con el motor en marcha, llegó la hora de las despedidas. Fotos, abrazos con los monitores y algo que no se podía ver pero que flotaba en el ambiente: unos indelebles lazos de compañerismo y  amistad (o más allá) que esos días juntos en Benagéber habían ayudado a forjar y fortalecer entre ellos. Ésta ha sido una gran aventura que nunca olvidarán.

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